De plantar y comer.
Pocas actividades producen mayor satisfacción que cultivar tu propia comida. Más allá del ahorro económico (mayor o menor dependiendo del método que utilicemos: de semilla? plantines?) existe un beneficio que excede todo calculo: el huerto es terapéutico. El trabajar la tierra con nuestras manos acentúa una conexión física con el planeta que mejora nuestro animo y fortalece nuestro sistema inmunológico. Hay algo en la violenta mecánica de arrancar yuyos (malezas?) que conecta una parte de mi cerebro y produce como una descarga. Una conexión similar pero ya más calma se da con el acomodo de las plantas, atar los gajos, descubrir las flores…
En mi familia todos hemos aprendido algo del huerto. Hablamos de la resistencia de nuestras pequeñas plantas del comienzo, la perseverancia de unas tiernas raíces que se hundían en el suelo duro y arcilloso que nos tocó y las variadas teorías de por qué las plantas de zapallitos solo daban flores y ningún fruto! Claudia, nuestra proveedora de verdura orgánica y cultivadora local, nos dió una lección de polinización súper fascinante y aprendimos a hacer el trabajo de las abejas en caso que estas estuvieran demasiado ocupadas para hacerlo.
Estudios han comprobado que los nutrientes en las frutas y las verduras van perdiendo efectividad a medida que pasa el tiempo, por eso la cercanía a la fuente (nada más cerca que un pequeño huerto en el fondo de casa!), el comer verduras “locales”, es muy importante. Sumado a este factor de cercanía se agrega el cultivo orgánico. El tratamiento del suelo con agroquímicos y los pesticidas agregados a las plantas y frutos no solo afecta su valor nutricional sino que deteriora nuestra salud. La bio diversidad del suelo contribuye directamente a la diversidad de nuestra flora microbiana en el tracto digestivo y eso, ni más ni menos, afecta desde nuestro sistema inmunológico hasta nuestra salud mental.
Lo bueno de esta movida hortícola es que no necesitamos muchísimo espacio (tengo unos tomates cherry que desbordan alegremente un par de macetones y la albahaca, orégano y romero decoran los escalones de la entrada). Hay que animarse, sin miedo y con espíritu aventurero. Qué es lo peor que puede pasar? Siempre habrá una próxima primavera para volver a intentarlo!